3 de febrero de 2011

La nana del mar.


Aun no había amanecido, pero no pudo pegar ojo.
El rugir de las olas en batalla con el viento hizo su trabajo.

Salió de casa envuelta en su lindo mantón.
La arena estaba aún mojada por la lluvia,
y el olor a sal impregnaba cada poro de su piel.

Cerró los ojos y se limitó a dejar que el agua helada bañase sus pies.
Podía sentir como la calma iba haciendo acto de presencia.

Al abrir los ojos,
pudo ver como apuntaban los primeros rayos de la mañana.

Las nubes habían desaparecido,
y ante ella,
una paleta de tonos rojizos
daba paso a un cielo limpio y fresco.

Sentada en su roca,
contemplaba un nuevo amanecer.

Escuchaba el silencio,
tan solo roto por el ir y venir de las olas,
relajándose a cada mecida.

Y allí quedó dormida,
en su roca acunada,
con la nana de las olas
y arropada por el sol.

No hay comentarios: